Un encuentro en el terreno

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Remembranza del curador limeño Miguel Zegarra. Texto impreso con motivo de eX²periencia, un evento que tuvo
lugar en la Sala Luis Miró Quesada Garland de Miraflores en Lima entre el 14 de febrero y el 2 de marzo de 2013.
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Recuerdo la cara de Miguel Zegarra entre el sinnúmero de rostros jóvenes que pobló terreno de experiencia 1. No recuerdo realmente si hablamos durante esos diez días en la Sala Luis Miró Quesada Garland; creo que no. Lo que sí supe después, porque él mismo me lo dijo, fue que ese tiempo breve había significado algo especial en su vida. Me imagino que fue entonces que vio y sintió algo energizante y magnético ligado al arte visual contemporáneo y se comenzó a formar una vocación de entrega que lo caracterizaría como curador. Cuando poco después nos conocimos, cuando su rostro adquirió nombre, me dio la impresión de ser tranquilo pero no tímido. Parecía sosegado pero era claro que estaba animado por la necesaria cuota de angustia post-adolescente que permite a un individuo tener saludables desencuentros y discrepancias con el mundo y las cosas como aparentan ser. En octubre de 2000 yo encabezaba una asociación de 5 miembros con nombre quídam y juntos dirigimos la SLMQG por dos años. Las tensiones no faltaron entre nosotros, el número de miembros se redujo con la partida de algunos, pero lo que en ese momento nos unía era que estábamos convencidos de que valía la pena trabajar por el arte contemporáneo en Lima. Ese octubre, Miguel estaba próximo a cumplir los 21 años y estudiaba Historia en la Universidad Católica. Tal vez parecía un poco más joven aun de lo que era.
  
Creo que la primera vez que hablamos fue en relación al dictado del curso de Historia del arte peruano en la Facultad de Letras y Humanidades de la Católica, para el grupo de estudiantes de Historia del que era integrante. No se si él tuvo algo que ver con que me llamaran para preguntarme si quería hacerme cargo del curso en el segundo ciclo de 2001. Tal vez él lo sugirió, aunque también recuerdo vagamente una conversación con Natalia Majluf, en la que me explicaba sobre esta oportunidad. En todo caso me tomaron y él fue definitivamente el más interesado. Seguía con viva atención las clases, a las que yo llegaba invariablemente tarde. Dicté un semestre y en ese lapso conversé con él frecuentemente en los momentos de descanso que daba a los estudiantes en cada clase. Mentalmente recuerdo estar con él en el patio, lo recuerdo a él encendiendo sus cigarrillos mientras conversábamos. No duré en el curso más que ese semestre; mi entrega de notas fue despelotada y no llegué dar una imagen de mis capacidades para dictar el curso por lo que no me llamaron más. Creo que si hubiera seguido ahí habría podido llevar una vida distinta pero la posibilidad se truncó.

El que sí me siguió llamando a partir de ese momento fue Miguel; y empezamos a conversar de tiempo en tiempo sobre arte contemporáneo en el Perú y en otros lados. Él navegaba y hacía búsquedas exhaustivas de artistas contemporáneos en lo que podría llamarse la escena internacional, prestando particular atención a lo último que veía en Internet. Para entonces sabía que lo suyo era todo lo concerniente al arte más reciente, que esa sería su dedicación  futura. Desarrolló una inclinación por propuestas artísticas que llevaban el brillo de frescura y desfachatez que a menudo habita en lo nuevo. Me parece que la perspectiva del historiador se terminó por diluir, pero la simultaneidad de tiempos que tomó su lugar en sus juegos mentales tuvo una dimensión crítica: al menos inicialmente y por unos años, todo empezó a ser suspendido por él en una dimensión acelerada del presente, en el que la inteligencia del diseño y la potencia y diversificación de la tecnología pesaban. Además, Miguel auscultaba con la vara autobiográfica.

En un principio pensé que Miguel podía ser historiador y crítico de arte. En el mes de julio de 2001, quidam presentó en la Sala Miró Quesada la instalación Atlas Perú de Fernando Bryce, dentro de Puntos cardinales 2001, ciclo de 4 muestras dedicado al arte de la instalación.

Miguel se entusiasmó con la idea de hacer su tesis de Licenciatura sobre los más de 500 dibujos de Bryce del Atlas Perú, además de otros trabajos del mismo artista. Le pedí que escribiera un ensayo sobre la recepción de las cuatro exposiciones de Puntos cardinales; para ello tenía que analizar los miles de comentarios que los visitantes habían dejado en los libros de comentarios de cada una. Aceptó gustoso e hizo un trabajo estupendo.  Nuestra amistad y el respeto que ya le tenía, así como el deseo de alentarlo, hizo que lo invitara a presentar el libro dedicado a este ciclo al lado de Mario Montalbetti, Rodrigo Quijano y yo en la Librería Crisol de San Isidro. No mucho después supo definitivamente qué iba a hacer con su vida pues ante la negativa de la Facultad de aprobarle ese plan de tesis, dejó la Historia y comenzó a hacerse camino como curador.

En Necrologías. El retorno de las Huacas no retornables trató de ajustar cuentas con la Historia filtrada a través de reflexiones contemporáneas que detectaba bajo la forma de obras de arte visual. Creo que él leía en ciertos trabajos artísticos cosas que la mayoría de nosotros no hacía y era porque siempre incluía su propia experiencia y trazaba y anotaba sobre su línea de tiempo personal cada cuestión. Esta línea propia podía discurrir paralela a la de la historia de los hechos nacionales, pero a veces daba un giro y se replegaba en espiral sobre si  misma o seguía un rumbo vectorial que se disparaba oblicuamente a partir de la regularidad horizontal de síntesis imperturbable a la que las líneas de tiempo en espacios expositivos nos tienen acostumbrados.  Le interesaba ver también cómo entraban en su vida los artistas con los que podía estar trabajando en un proyecto de exposición, y en este sentido, Fronteras. Under the skyline me sigue entusiasmando porque la línea de tiempo dialogaba con otras dimensiones temporales emotivas. Emergía Miguel, el curador, como un ingrediente más en la marmita, pero ciertamente como aquel que da el tenor inconfundible. No trataba de identificar tendencias artísticas propias de lo contemporáneo local, buscaba crearlas o diseñarlas. Él en si mismo se proyectaba como sensibilidad aglutinante y memoria ultra-selectiva. Soft Machine y, posteriormente, los Omnívoros fueron a mi entender exitosas inmersiones suyas propias de su investigación estética. Un presagio del curador como creador en dimensión distinta a la de los trabajos pioneros en la historia de la curaduría local. Pareció retomar al Szeeman de las ficciones históricas y avizorar un encuentro con estelas del futuro en una Lima amnésica. Se reía de nuestra falta de memoria pero lo retro solo en pocas ocasiones fue lo suyo. Consideraba la política un bodrio. Más tarde se impregnó con fuerza de un culto por lo joven. Este fue su corredor de espejos deformantes, a su propia cuanta y riesgo

Hasta el momento en que decidió dejarnos excluyó (casi) todo lo relativo a la marca de la violencia en la vida nacional. No se si podemos aceptar del todo que ‘lo personal es lo político’ en su trabajo curatorial, aunque sí creo que en su fantasía de que el arte y la vida deben comentarse uno a otro siempre, y por atreverse a pensar y sostener que eso puede bastar en una curaduría, fue más lejos que todos nosotros. Tal vez si hubiera logrado sacar adelante el gran libro sobre arte contemporáneo proveniente de todo el país, que estuvo planeando hacia el final, hubiéramos tenido al joven historiador de regreso entre nosotros, reconciliado con su miedo a envejecer.




Jorge Villacorta
Lima, febrero de 2013

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Jorge Villacorta es crítico y curador de arte limeño.







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