Jorge Chávez por John Berger


En la carretera que atraviesa el Paso de Kulm, Chávez ve figuras que lo saludan con un gesto de la mano. Entre ellos Christiaens y Luigi Barzini. Dentro de unas horas el Corriere della Sera reportará este momento.

Quedamos clavados al lugar por una profunda emoción. No nos movemos. Estamos sin vida, nuestras almas brillan en nuestros ojos y nuestros corazones laten aceleradamente. Estamos hechizados por la gran belleza que estamos viendo. Mil años de existencia no podrán anular este recuerdo.

Pocos segundo después  nos metemos rápidamente al auto. Christiaens a nuestro lado. Dos policías suizos suben también ¡y arrancamos! Nos miramos unos a otros; tenemos los ojos rojos. Los guardias suizos tienen también lágrimas en sus ojos mientras murmullan germánicamente: Mein Gott, mein Gott. El avión esta ahora a punto de entrar en el valle del Krummbach que dos horas antes era azotado por el viento y el relámpago. Está sobre los campos alrededor del hospicio. Parece que está perdiendo altura.

“Está aterrizando”, gritamos. ”¡Allá va! ¡Está aterrizando!”

Está claro que el aviador tiene un momento de duda. Puede estar pensando en aterrizar; luego decide que el viento no es tan terrible como temía y continua…

Todos los pilotos de ese entonces se orientaban por lo que podían ver en tierra. Y el terreno les daba seguridad porque podían contar con aterrizar en él y recibir ayuda. Cuando Blériot, el año anterior, voló sobre el Canal un destructor francés lo escoltó. Brevemente por cerca de diez minutos, perdió contacto con el barco y vio solo mar; dijo después que durante esos largos minutos se había sentido aterradoramente solo. La decisión de Chávez lo convierte ahora en el primer hombre que vuela deliberadamente más allá de lo que los ojos pueden ver y del alcance de otros hombres.

El frio lo rodea como las cuatro paredes de una celda; pero el frio también penetra en la celda. Una pared presiona contra él severa y continuamente. El costado derecho de su cara y cuerpo están helados. Es la pared de viento: el viento que una vez (hace veinte minutos) subestimó tan equivocadamente. La equivocación ya no le parece materia de un error de cálculo, sino de transgresión. Es el pecado original para explicar su vida, que ahora es idéntica a este vuelo. Al lado opuesto de la pared del viento hay una hecha de roca y nieve.

A su izquierda puede ver al Monte Leone. La nieve, blanca bajo la luz del sol, enfatiza la presencia de la montaña y a la vez la transforma en una especie de ausencia.

Ninguna mancha permanecería en aquel blanco.

Trata de atravesar la pared de viento. Cuando gira a la derecha el rugido del motor Gnome aumenta, porque el viento lo lanza hacia atrás contra él, pero el avión se mantiene casi estacionario en el aire. Ha perdido altura que debe recuperar para poder cruzar el Monscera. Pero está asustado de ascender. El viento arriba de él es más fuerte que el viento que sopla contra el y  allá arriba sopla de todas las direcciones a la vez. Es malo cuando el avión pierde altura, pero cuando el viento lo levanta es aun peor.

Entonces sus piernas, sus pies en sus botas sobre la máquina se mueven de una manera desesperante: el lino en la parte superior de las alas se ampolla irregularmente como si el viento ya hubiera agujereado la parte inferior.

Bajo los hombros de Monte Leone y mucho más cerca de donde él está, las montañas bajas se alzan como galerías quebradas erosionadas de un anfiteatro semicircular en el que él se halla solo al centro.

Recuerda los últimos consejos de Paulhan: ¡Manténte en lo alto! ¡Manténte en lo alto! Las palabras se han vuelto absurdas.

Su dificultad inmediata será pasar la lejana cresta del anfiteatro después de haber volado sobre la arena. El viento lo está empujando más y más adentro del semicírculo, hacia las galerías ciegas. Si puede pasar la cresta donde se rompe (al oeste del Glatthorn), habrán peores dificultades que enfrentar. Está demasiado al este y cree que debe ascender tres o cuatrocientos metros para cruzar el Monscera. El viento, que lo jala hacia abajo, y lo fuerza hacia el este está arrinconándolo y el rincón en donde lo hará pedazos será el cañón del Gondo.

Debe haber pensado si debía dar vuelta en el viento y circundar la arena para ganar altura. Creo, sin embargo, que la idea de dar la vuelta, aunque fuera momentáneamente, lo lleno de horror. Si circundaba este teatro de hendiduras ciegas y crestas, nunca saldría del círculo sino que moriría en él al detenerse su motor. Prefería pelear  en un rincón.

Ya no puede distinguir entre roca y silencio. Las superficies de su cuerpo están completamente adormecidas por el frio. Lo único que su conciencia puede oponer a las rocas que lo rodean es aire y el ruido de la máquina a sus pies. Vuela hacia el Glatthorn como una flecha hacia el blanco.

Está al lado de una faz rocosa que es como el pellejo suelto de una mula gigantesca tensado al marco de la letra A  y aparentemente, empujado hacia dentro, entre las patas de la letra, por el mismo viento que sopla contra él y su avión. Sobre el pellejo-de-mula de esta roca Chávez ve la sombra de sus alas a veces escabulléndose, a veces corriendo en su encuentro a medida que la sombra pasa sobre pliegues. Mirando hacia abajo ve la roca que sube a su encuentro. Más adelante puede ver picos más altos aun. Reverberando y haciendo eco contra la roca abajo y al lado de él, el ruido de su motor se eleva y cae como su sombra, y su sombra parece traquetear con el ruido de su máquina y de piedras que caen.

Aquí no puede haber sido cuestión de decisiones conscientes.

Aquí no puedo calcular mientras escribo.

Chávez tiene la impresión de estar a punto de entrar en las fauces de un animal cuyos pasajes  y tubo digestivo y estómago  y culo están hechos de roca sólida, un animal cuya digestión es geológica. Un animal que puede matar antes de estar vivo, y comer cuando está muerto.

Aquí ya no es cuestión de coraje o de falta de él; aquí los hombres se dividen entre aquellos que aun quieren vivir y aquellos que no. Cuáles son puede quedar revelado por el modo en el que gritan. Algunos ascienden con sus gritos, algunos mueren con ellos. Chávez subió indiferente al riesgo de perder velocidad y descalabrarse, indiferente a todo, excepto a las necesidades de escapar de las fauces del animal: hacia arriba.

Estaba en el Gondo.



John Berger
fragmento de “G.”, 1972


Traducción: Jorge Villacorta.



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Texto impreso con motivo de eX²periencia, un evento que tuvo lugar en la Sala Luis Miró Quesada Garland de Miraflores en Lima entre el 14 de febrero y el 2 de marzo de 2013.
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